La santidad de Gema se asienta sobre este perfecto desprendimiento.
No vivió para el mundo ni le interesaron las cosas de la tierra más que si estuviera muerta. Nacida en la abundancia y criada en el regalo, cuando de repente se vió en la miseria, no se turbó ni derramó una sola lágrima por ello, antes bendecía al Señor porque la colocaba en el camino de la humildad y el sufrimiento.
Desde muy joven deseó renunciar al mundo ingresando en una Orden Religiosa. Imposibilitada de llevar al cabo su firme propósito, se consagró a Dios en el mundo por los tres votos religiosos.
Nunca mostró afición a ese cúmulo de chucherías, como lazos, cuadros, dijes, cadenillas y semejantes bagatelas, a que tan aficionadas suelen mostrarse las jóvenes, aun aquellas que sientan plaza de espirituales.
Este desprendimiento la llevaba a no preocuparse mayormente de sus vestidos, ni examinar si estaban en conformidad con los cánones de la moda.
Le regaló en cierta ocasión su hermano una sombrilla de seda; no la quiso usar ni siquiera una vez, dando por razón que si la llevaba todo el mundo se fijaría en ella, lo que le repugnaba en extremo.
Cuando, estando ya en casa de los señores Giannini, le enviaba su tía de Camaione algunas prendas de vestir nuevas, nunca pudieron conseguir que las usase.
En cierta ocasión le prometió don Mateo un buen traje como premio de unas lecciones de francés que estaba dando a Eufemia (Madre Gema).
–– Haré cuanto pueda porque Eufemia salga bien en el examen —respondió al punto—, pero en cuanto al traje renuncio a él desde ahora.
También doña Cecilia quiso muchas veces hacerle un sombrero, en atención a que el que traía era de colegiala, ya muy pasado de moda y por demás descolorido. Nunca pudo vencer la resistencia de Gema.
El peinado estaba en relación con el vestido.
Lo usaba modestamente recogido y formando con todo; una trenza que caía sobre la espalda. Le sugirieron con frecuencia otras formas de peinado, pero siempre fué en vano.
Superfluo parece decir que no llevaba pendientes, pulseras anillos, cadenillas al cuello, imperdibles de lujo, ni otro objeto de vanidad o adorno.
Nunca tampoco la oyeron hablar de trajes, ni sufría oír tales conversaciones.
Muerta para todos cuantos objetos pueden ser ídolos o incentivos de vanidad, lo estaba por igual al dinero. Ni lo poseía, ni lo deseaba, y si alguna vez recibía alguna ligera cantidad inmediatamente se desprendía de ella.