domingo, 2 de abril de 2017

San Francisco de Paula, fundador y ermitaño.

Nápoles ha sido fecunda en santos. Al principio del siglo XV vivía en el pequeño pueblecillo de Paula el matrimonio Santiago y Viena. Eran buenos y pobres, pero con la pena de no tener hijos. Por fin, después de tanta espera y tanta súplica al cielo llegó, lleno de alborozo, el primogénito, a quien, en agradecimiento a San Francisco de Asís, le pusieron su mismo nombre. 

El niño era bueno, y crecía a imitación de Jesús, en ciencia, edad y gracia, hasta que le vino una terrible enfermedad que amenazó con su vida. Sus padres hicieron una promesa: Llevarlo al próximo convento de Cordeleros, en San Marco Argentano, y que allí llevara durante un año la vida como los religiosos. Y así fue.

A los trece añitos vistió el hábito del Patriarca de Asís y pasó un año de cielo entre aquellos buenos religiosos. Pronto, por sus muchas virtudes, se ganó la admiración de todos. Llamaba la atención su gran piedad, su vida de intimidad con el Señor ante quien pasaba largas horas entregado a la oración. 

Por su durísima penitencia, por su servicio y caridad, ya que solamente parece que vivía para hacer felices a los demás. Pero aquel cielo para él, y aquel maravilloso ejemplo para los religiosos iba a acabarse, ya que sus padres, una vez cumplido su voto, quisieron volviera a casa para tenerlo a su lado.

En compañía de sus padres realizó algunas peregrinaciones a diversos lugares santificados por la presencia de almas santas. El que más hondo caló en su corazón fue el de Monte Casino donde están todavía claras las huellas de aquel joven que se retiró a la soledad a los sólo catorce años. Francisco sintió ansias irresistibles de poderle imitar. También él amaba la soledad como medio para entregarse al Señor sin los estorbos de los halagos del mundo. 

Pidió permiso a sus padres, y, a los catorce años, se retiró a una cueva no lejana de Paula. Allí se entregó a la más dura penitencia y a una oración casi ininterrumpida. Casi nadie sabía dónde se encontraba, pero a los diecinueve años dos compañeros vinieron a rogarle que los aceptase en su compañía y no pudo impedírselo. Pronto corrió la fama de su vida y de los hechos milagrosos que se le atribuían.

Casi sin darse cuenta se multiplican los discípulos que quieren seguir sus huellas, imitar su vida. Los milagros hacen que acudan en tropel mucha gente para solicitar la ayuda del cielo. Se humilla y anonada diciendo que nada es, a no ser pecado y miseria. 

Construye un Monasterio, y otro, y otro, hasta que le llaman de Sicilia. Debe embarcar y no dispone de medios para pagar la barca. ¿Qué hacer? Arroja el manto pardo sobre las olas, se coloca sobre él, y, haciendo de vela, atraviesa el estrecho ante el asombro de la multitud que le contempla.

El Papa Sixto IV aprueba su Orden con el nombre de Congregación eremítica paolana de San Francisco de Asís y nombra a Francisco de Paula superior general perpetuo por una Bula del 23 de mayo de 1474. Su fama se extiende por todas partes. También tiene detractores, como era de esperar. Él hace milagros y cura, y los médicos le acusan. Él, que no tiene estudios, sabe y entiende más de teología y de política que los más eximios especialistas y la envidia y calumnia se ceban sobre él. Pero no importa.

El mismo rey de Francia, Luis XI, está gravemente enfermo y pide que ese famoso obrador de milagros acuda a su lecho para que le cure. El Santo le dice con valentía: «Majestad, pediré a Dios vuestra salud, pero lo que más importa es la salud del alma. No queda remedio posible entre las medicinas; pero, ya que tanto amáis la vida, lo que importa es asegurar la posesión de la verdadera Vida». Muere el rey, pero le ruega se haga cargo de la dirección espiritual de Carlos VIII.

El lema de nuestro Santo fue este: «¡Gloria a Dios y Caridad para con el prójimo!». Durante toda su vida trató de cumplirlos con la más completa fidelidad.

Lleno de méritos y viendo ya su obra consolidada, el 2 de Abril de 1507, Viernes Santo, expiraba. doce años después el Papa León X lo canonizaba.

En 1562, los hugonotes forzaron su tumba, encontraron el cuerpo incorrupto de San Francisco y le pegaron fuego, ahunque después se pudieron recuperar la mayor parte de las reliquias, que se veneran en su Santuario de Paola, en Calabria.