El Megalomártir, el Gran Mártir, le llaman los griegos. El defensor de la Iglesia, el portaestandarte de la fe, el defensor de los perseguidos e inocentes, el patrón de varias regiones y ciudades españolas. Todo esto es el glorioso mártir que hoy celebramos.
Poco es lo que los críticos historiadores nos narran de él. Bastante más ricas han sido las leyendas qué nos cuentan maravillas y milagros de su recia personalidad, desenmascarando al emperador y defendiendo a la joven inocente del terrible dragón que asolaba la ciudad.
Recorriendo los museos de oriente y países eslavos, queda el turista maravillado al contemplar cómo San Jorge ha sido uno de los temas, por no decir el tema, más llevado a los lienzos de aquellos países, lo que indica el fervor popular que siempre han sentido hacia él.
Parece que nació en Palestina, en la ciudad de Lydda o en Mitilene, allá por el año 280. Sus padres parece eran fervorosos cristianos y emparentados con la alta aristocracia del país. Era un joven bien plantado: alto, elegante, fuerte, simpático. Abrazó la carrera más noble de aquellos tiempos, la militar. El esperaba llegar a ser un ilustre militar bajo las órdenes de los emperadores romanos.
Todo le sonreía. Hasta que un día, allá en los inicios del siglo IV llegó a Nicomedia el terriblemente duro emperador Diocleciano con la satánica idea de hacer desaparecer a la secta de los cristianos que se extendía de día en día por todo el vasto imperio. Dictó leyes terriblemente duras contra los seguidores de Jesús de Nazaret. El último edicto del emperador ordenaba que, porque habían llegado noticias de que hasta en los cargos más delicados del imperio se habían introducido seguidores de esta secta, había que acabar con ellos. Serían arrojados todos los militares, dignidades y cargos administrativos de cualquier clase que fueren si se podía probar que eran cristianos. Cuantos tuvieran conocimiento de alguno de estos cristianos tenía grave obligación de delatarlo. Este edicto se expuso en calles y plaza
Los historiadores de la época nos refieren que un apuesto soldado en medio de la plaza de la ciudad de Nicomedia arrancó con furia el edicto y, delante de todos los presentes, lo hizo añicos despreciando así la orden del emperador.
Pronto llegó a los oídos de Diocleciano el hecho de este apuesto tribuno llamado Jorge. El emperador convocó a los grandes del reino y les expuso con severas palabras que había que llevar a la práctica y con la más rigurosa observancia lo establecido en este decreto. Cuando le tocó el orden de hablar a Jorge se dirigió con valentía al emperador, y le dijo: «Señor, ni he cumplido ni espero cumplir de ahora en adelante cuanto habéis ordenado por juzgarlo altamente injusto. ¿Por qué abusáis de los pobres y de las vírgenes? ¿Por qué, si hay libertad para adorar a dioses falsos, no debe haberla para adorar al único Dios verdadero?...».
El emperador quedó de piedra. No podía imaginarse cómo se atrevía a hablarle de modo tan enérgico y descarado a él que era el Emperador. Y le dijo: - «¿Te das cuenta, tribuno Jorge, lo que dices? ¿ Sabes que puedo darte la muerte o por lo menos privarte de cuanto tienes?» - «No me importa nada todo esto. Mi vida es de Cristo, mi Dios y Señor, y Él me ayudará... hasta que llegue a poseerle en el cielo a donde espero ir...».
El emperador dictó que le atormentasen con toda clase de los más refinados instrumentos para hacerle claudicar de su fe. Pero por más que le hicieron sufrir, la fe crecía y el valor aumentaba en el tribuno Jorge, siendo la admiración de cuantos le contemplaban. Por fin viendo que ninguno de aquellos tormentos acababan con él, descargó el verdugo el golpe de gracia cortando su cabeza de un hachazo. Jorge será el Patrón de los militares valientes y de cuantos luchen por defender la fe. Era por el 303 cuando recibió la palma del martirio.
En 494 Jorge de Capadocia fue canonizado por el papa Gelasio I, mas lo incluyó junto con «...aquellos cuyos nombres son justamente reverenciados, pero cuyos actos sólo son conocidos por Dios».
Las reliquias de San Jorge son veneradas en la Iglesia Griega de su ciudad natal, hoy llamada Lod, muy cerca de Tel Aviv, en Israel.