viernes, 17 de marzo de 2017

El Santísimo Cristo de Limpias

El santuario del Santísimo Cristo esta en Limpias, una pequeña localidad cántabra, perdida entre montes y bosques, al norte de España. La iglesia, de gran belleza, está dedicada a San Pedro, pero desde que la bella imagen del Cristo de la Agonía llegó allí, procedente de Cádiz después de 1755, pasó a ser santuario del Cristo. 

Su tradición dice que allí en Cádiz ya era venerada y que incluso ante la amenaza de un maremoto, la imagen fue sacada en procesión y el mar se calmó en el acto. Diego de la Piedra, dueño de la imagen, en su testamento, la remite a su villa natal, Limpias, donando el espléndido altar barroco que custodia dicha imagen, que está acompañada por la Virgen Dolorosa y San Juan, mandadas a hacer también por el dicho Diego de la Piedra.

La imagen representa la agonía de Cristo, los últimos momentos, por eso mira hacia arriba y la expresión es tan dolorosa, al tiempo que relajada. Llama la atención que ambas manos están en gesto de bendecir, así como el efod (o paño de pureza) que le cubre, de intenso color gris azulado, cuando lo típico es que fuese blanco. Mide unos 180 centímetros, y lleva una corona de espinas de madera también. Aún así, la imagen más conocida del Cristo de Limpias es la de una cabeza sobre un pilar y esto es porque fue precisamente la cabeza la protagonista de los sucesos tan extraños que le rodearon.

A partir del 30 de marzo, de 1919 se corrió a los cuatro vientos que en Limpias sucedían eventos extraordinarios. Decían que la hermosa imagen del Santo Cristo movía sus ojos, dando la sensación de un cuerpo vivo, que palidecía, sangraba y sudaba. El nombre de Limpias se hizo famoso y sus calle fueron visitadas por peregrinos que provenían de todas partes del mundo.

El primero en ver el prodigio fue el Padre Antonio López, un profesor del Colegio San Vicente de Paúl que se encontraba en la villa, el mismo lo relata:

"Un día en el mes de agosto de 1914, fui a la iglesia con el motivo de instalar una iluminación eléctrica en el altar mayor. Me hallaba solo en la iglesia subido en una escalera apoyada sobre un andamio improvisado recostado sobre la pared que sirve de trasfondo a la imagen del Cristo Crucificado, y después de dos horas de trabajo, empecé a limpiar la imagen de forma que esta pudiera verse mas claramente. Mi cabeza quedaba al mismo nivel que la del Cristo, a poco menos de dos pies de distancia; hacía un día muy hermoso y por la ventana atravesaban rayos de luz que iluminaban completamente el altar, sin notar la mas leve anormalidad y después de un largo rato de trabajo, detuve mi vista en los ojos de la imagen y observe que los tenía cerrados. Por varios minutos lo vi con toda claridad de manera que dudé si habitualmente los tenía abiertos.

No podía creer lo que mis ojos contemplaban, empecé a sentir que las fuerzas me faltaban; perdí el balance, desfallecí y caí de la escalera del andamio hasta el suelo, sufriendo un gran golpe. Al recobrar el sentido pude confirmar desde donde me encontraba que los ojos de la imagen del crucifijo permanecían cerrados. Abandoné rápidamente la iglesia contando el hecho a mi comunidad. Minutos después de abandonar la iglesia, me encontré con el sacristán quien se disponía a sonar las campanas para el Ángelus. Al verme tan agitado me preguntó si me ocurría algo. Le relaté todo lo sucedido lo cual no lo sorprendió puesto que ya había escuchado que el Santo Cristo había cerrado sus ojos en más de una ocasión."

Aún así, el sacerdote no le dio carácter milagroso al suceso, sino que revisó la imagen, buscando algún artilugio, frecuentes en imágenes medievales que movían la cabeza, los brazos… comprobó que los ojos eran de cristal y no se movían, como los de todas las imágenes normales. Contó a su superior lo sucedido, el que no dio importancia a ello, sólo le pidió lo escribiera, pero lo mantuviese en secreto (este documento no se hizo público hasta después de la aprobación canónica de los fenómenos)

Y llegamos a 1919, al 30 de marzo. Los padres capuchinos celebraban una misión popular por Cuaresma en la iglesia de Limpias y los pueblos de alrededor. Mientras se celebraba la misa, una niña notó que el Cristo había cerrado los ojos y lo dijo a otro sacerdote, que la ignoró, hasta que fueron más personas las que notaron el hecho. Al cerrar el templo, el párroco se acercó a la imagen y comprobó que sudaba, o al menos estaba humedecida, pero solo la imagen de Cristo, no el retablo, ni las otras imágenes.

El Domingo de Ramos, 13 de abril, dos autoridades de Limpias, no creyentes, se acercaron, para ver si se trataba de superchería de los curas o histeria de las gentes. Vieron al Cristo, mover los ojos y la boca. El Domingo de Pascua, 20 de abril, unas monjas vieron al Cristo mover los ojos y la boca nuevamente. El 4 de agosto, un grupo de más de30 personas ven tomar a la imagen aspecto de persona viva, todos juraron como los ojos se posaban de uno en otro, cambiando de expresión: compasión, dolor, dureza incluso. En septiembre, dos obispos y un grupo de sacerdotes le ven moviéndose agónicamente.

En fin, que las manifestaciones fueron muchas más y casi a diario, ya a grupos, ya personales. Comenzaron los testimonios de miradas personales, gotas de sangre que caían, sudoraciones de la imagen, movimientos de agonía, pérdida de color… Muchos declararon ver como en las bendiciones, los ojos seguían el movimiento de la mano del sacerdote. Ante esto, se comenzó a recoger los testimonios, que sobrepasan los 8000, y no están todos, pues con la Guerra Civil, se perdió documentación. 

Entre los testigos hay de todas clases sociales, de todo tipo de fervor, desde ateos o no cristianos, que se acercaban por curiosidad. En 1920 se contabilizaron más de mil curaciones, ya no sólo en Limpias, sino con sólo la invocación al Cristo de la Agonía o tocando las estampas que de su rostro ya recorrían la geografía española y un poco más allá.

Las peregrinaciones fueron tantas que en 1921 superaron incluso a Lourdes y Roma y este mismo año los fenómenos recibieron la aprobación del obispo de Santander, diócesis a la que pertenece Limpias. A partir de 1924 no se registran ya sucesos de este tipo, sólo curaciones y testimonios de conversiones (que no es poco). 

La guerra civil y el paso de los años harían decaer la afluencia masiva de peregrinos, pero no la devoción, que aún continúa en muchos sitios. Las visitas en la bella iglesia se suceden con más tranquilidad y sosiego, pero constantes.