Santa Luisa de Marillac, fundadora de las Hijas de la Caridad.
Santa Luisa, nacida el año 1591, era hija de una familia noble. Huérfana de madre muy pronto, su padre le proporcionó una formación extraordinaria en todas las ramas del saber. Era también sumamente piadosa y ejemplar.
A los quince años quiso entrar en un convento de capuchinas, pero la disuadieron por su delicada salud. Muere entonces su padre, y a instancias de sus parientes se casó con el señor Le Gras. Se lee en el proceso de beatificación: "Fue un dechado de esposa cristiana. Con su bondad y dulzura logró ablandar a su marido, que era de carácter poco llevadero, dando el ejemplo de un matrimonio ideal en que todo era común, hasta la oración".
Tuvieron un hijo al que Luisa le tenía un amor sin límites. Esta experiencia maternal le serviría mucho para la futura fundación. Quedó viuda a los treinta y cuatro años. El señor Le Gras murió santamente en sus brazos. Desde entonces decidió entregarse totalmente a Dios y a las buenas obras.
Francia estaba enredada en guerras de religión en el siglo XVI. Pero en el XVII surge con fuerza una pléyade de santos, que realizan una gran tarea: Francisco de Sales, Juana Francisca, Vicente de Paúl, Luisa de Marillac.
Luisa se dirigía con Francisco de Sales, que la encaminó a Vicente de Paúl. Vicente había empezado ya sus ingentes obras de misericordia, como las Caridades, asociaciones al servicio de los pobres. Luisa pondrá en ellas el toque maternal y femenino, todo su corazón. Recorría los pueblos, reanimaba las cofradías, visitaba a los enfermos y todo quedaba renovado.
Hacían falta más brazos para atender a tantas necesidades. La miseria imperaba en ciertas regiones, donde, según informe al Parlamento "los aldeanos se ven obligados a pacer la hierba a manera de las bestias".
Vicente y Luisa no descansan. Amplían su radio de acción. Otras muchas jóvenes se unen a Luisa para atender a tantos necesitados. Después de un tiempo de noviciado, Luisa y sus compañeras pronuncian sus votos, en la fiesta de la Anunciación de 1634, fecha en que luego renovarán sus votos en todo el mundo las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl.
A partir de entonces la bola de nieve se convierte en alud arrollador. Se multiplican las obras en favor de "sus señores los pobres", como gustan llamarlos. Visitas a hospitales. Acogida de niños expósitos. Atención a las regiones en guerra. Se extienden a Flandes y Polonia, y luego a todo el mundo. Asilos para pobres. Establecimientos para locos y enfermos mentales. No hay dolencia sin remedio para Luisa y sus compañeras.
A principios de 1655 quedaba canónicamente erigida la Congregación de las Hijas de la Caridad. San Vicente les leyó las Reglas y les dijo: "De hoy en adelante, llevaréis el nombre de Hijas de la Caridad. Conservad este título, que es el más hermoso que podéis tener". Contrariamente a lo que ha ocurrido a otras comunidades, también nacidas para atender a los pobres, las Hijas de la Caridad han permanecido fieles a su carisma.
La actividad desarrollada por Santa Luisa era sobrehumana, a pesar de su débil constitución. Cayó agotada en el surco del trabajo el 15 de marzo de 1660. Vicente, también enfermo, no pudo acompañarla a la hora de la muerte. Le envió este recado: "Usted va delante, pronto la volveré a ver en el cielo". Vicente, cargado de buenas obras, no tardaría en acompañarla.
Los venerables restos de Santa Luisa de Marillac reposan en París, en la casa madre de la Congregación, en la misma capilla de las apariciones de la Virgen de la Medalla Milagrosa a Santa Catalina Labouré.
El papa Juan XXIII la proclamó en 1960 santa patrona de los asistentes sociales.
Una de las pocas cosas que preocuparon a Luisa fue el bienestar espiritual de su único hijo, Miguel. Su biógrafo dice: «Pese a todas sus ocupaciones, nunca lo olvidó.»
¿Podrían nuestras familias decir lo mismo respecto a nosotros? Es demasiado fácil olvidarse de los que tenemos más próximos cuando estamos presionados por el tiempo. Santa Luisa podría haber tenido razones legítimas para permitir que su hijo adulto se las arreglase por sí mismo, pero no lo hizo. El permaneció próximo a su corazón, y en su lecho de muerte, una de las últimas acciones de Luisa fue bendecirlo a él, a su esposa y a su nieto.
Por atareados que lleguemos a estar, no olvidemos el ejemplo de Santa Luisa. Aunque trabajemos para traer bendiciones a otros, recordemos también ser una bendición para nuestra propia familia.