Tengo un pobre crucifijo
que, de cuanto amé en la tierra,
es el único tesoro
que todavía me queda.
Cuando todo va pasando
y la soledad me cerca
siento que él está conmigo,
siento que él nunca me deja.
Desde hace ya muchos años
ni un instante siquiera
se ha separado de mí...
No hay alegrías ni penas
que él no comparta conmigo,
que él no conozca ni sienta.
En esta imagen de Cristo
leo yo mi vida entera...
aquí está toda mi trama
de ingratitudes, miserias,
amor, ternura, dolor,
debilidades, fraquezas...
¡Misericordias antiguas,
y misericordias nuevas!
Es la luz que me ilumina,
el modelo que me enseña.
La suprema desnudez,
la renuncia más completa,
el total desprendimiento
de todo lo de la tierra.
¿Qué pudo hacer que no hiciese?
¿Qué pudo dar que no diera?
¡Bien puedo llamarle mío
puesto que así se me entrega!.
Es, además, mi esperanza
por que es la expresión suprema
del amor que Dios me tiene;
muriendo de esta manera.
¡Amigo fiel! ¡Compañero
de horas malas y horas buenas...!
¡Amor fuerte sobre todos
los amores de la tierra!.
¡El único que no falla,
el único que no deja,
la única compañía
que en esta vida me queda!.
Una carmelita descalza.