miércoles, 29 de marzo de 2017

SAN JUAN CLIMACO

San Juan Clímaco vivió en la segunda mitad del VI y primera del VII. El monje Daniel nos cuenta que Juan era un joven antioqueno de mucho porvenir. Parece que llegó a ser abogado en Antioquía, por lo que fue llamado El Escolástico. Pero un buen día renuncia a todo, sube como Moisés y Elías a la cumbre del Sinaí, entra en la nube de las divinas comunicaciones, que luego comunicaría en un hermoso libro, y allí se quedó.

El bíblico Sinaí estaba lleno de monasterios y de cuevas, habitadas por monjes, que se regían por la regla de San Basilio y la legislación de Justiniano. Así lo contempló Eteria, nuestra monja peregrina. Todavía queda el monasterio de los Cuarenta Mártires y el célebre de Santa Catalina, con su famosa biblioteca, donde se descubrió el Codice Sinaítico del siglo IV.

Tres años pasó Juan de noviciado con el santo monje Martirio. Muerto su maestro, se fue a vivir al extremo del monte, en una pequeña laura, como un anacoreta. Allí pasó cuarenta años, dado al estudio y al trabajo, silencio y soledad, largas oraciones y corto sueño, parco en comer y prolongadas vigilias, como un serafín, embebido en las divinas alabanzas. Su deseo era vivir completamente aislado. "¡Oh beata solitudo, sola beatitudo!" Pero pronto corrió la fama de sus virtudes y su sabiduría y acudían muchos a pedirle consejo. Juan les atendía, pues entendía que no debía "ocultar la luz bajo el celemín". El demonio le tentó con fuerza - lo hace en especial con los anacoretas - pero el Señor le ayudó.

Cuando murió el abad de Monte Sinaí, los monjes, conocedores de la virtud y discreción del anacoreta, le rogaron que aceptara sucederle. Juan se oponía. Pero fue tal la insistencia que aceptó. Y acertaron, pues el nuevo abad obró siempre con sabiduría y fue un ejemplo para todos.

San Juan Clímaco es el más popular de los escritores ascéticos de aquellos siglos, debido a su única obra Escala del paraíso. Escala es Clímax en griego, y de ahí viene a nuestro Santo el apellido Clímaco. La Escala se compone de treinta grados, que son otros tantos capítulos en los que se explican las virtudes y los vicios del monje con aforismos y sentencias.

Se sirve de ejemplos prácticos. Viendo a un cocinero muy recogido, le pregunta el autor cómo puede conseguirlo. El cocinero le responde: "Cuando sirvo a los monjes me imagino que sirvo al mismo Dios en la persona de sus servidores, y el fuego de la cocina me recuerda las llamas que abrasarán a los pecadores". (También entre los pucheros anda el Señor: Sta. Teresa).

En los primeros grados de la Escala habla de la renuncia al mundo y a los afectos terrenos, la penitencia, el pensamiento de la muerte, y el don de lágrimas. Los grados siguientes hablan de la dulzura, perdón, huir de la maledicencia, de la mentira y de la pereza, amor al silencio, a la templanza y a la castidad. "La castidad, dice, es un don de Dios, y para obtenerlo conviene recurrir a él, pues a la naturaleza no la podemos vencer con sólo nuestras fuerzas". En los últimos grados habla de la pobreza, del sueño, del canto de los salmos, de la paz, de la oración, de la humildad. El último grado del libro está dedicado a las virtudes teologales.

El santo abad, tan absorto en las cosas de Dios, hizo edificar una hospedería cerca del monasterio, para atender a los peregrinos. Enterado de ello el papa San Gregorio Magno, le envió una buena cantidad de dinero para ayudarle en la construcción y manutención. San Juan Clímaco, cumplida su misión, subió raudo por la escala de sus buenas obras al paraíso.

Santa Luisa de Marillac

Santa Luisa de Marillac, fundadora de las Hijas de la Caridad.

Santa Luisa, nacida el año 1591, era hija de una familia noble. Huérfana de madre muy pronto, su padre le proporcionó una formación extraordinaria en todas las ramas del saber. Era también sumamente piadosa y ejemplar.

A los quince años quiso entrar en un convento de capuchinas, pero la disuadieron por su delicada salud. Muere entonces su padre, y a instancias de sus parientes se casó con el señor Le Gras. Se lee en el proceso de beatificación: "Fue un dechado de esposa cristiana. Con su bondad y dulzura logró ablandar a su marido, que era de carácter poco llevadero, dando el ejemplo de un matrimonio ideal en que todo era común, hasta la oración".

Tuvieron un hijo al que Luisa le tenía un amor sin límites. Esta experiencia maternal le serviría mucho para la futura fundación. Quedó viuda a los treinta y cuatro años. El señor Le Gras murió santamente en sus brazos. Desde entonces decidió entregarse totalmente a Dios y a las buenas obras.

Francia estaba enredada en guerras de religión en el siglo XVI. Pero en el XVII surge con fuerza una pléyade de santos, que realizan una gran tarea: Francisco de Sales, Juana Francisca, Vicente de Paúl, Luisa de Marillac.

Luisa se dirigía con Francisco de Sales, que la encaminó a Vicente de Paúl. Vicente había empezado ya sus ingentes obras de misericordia, como las Caridades, asociaciones al servicio de los pobres. Luisa pondrá en ellas el toque maternal y femenino, todo su corazón. Recorría los pueblos, reanimaba las cofradías, visitaba a los enfermos y todo quedaba renovado.

Hacían falta más brazos para atender a tantas necesidades. La miseria imperaba en ciertas regiones, donde, según informe al Parlamento "los aldeanos se ven obligados a pacer la hierba a manera de las bestias".

Vicente y Luisa no descansan. Amplían su radio de acción. Otras muchas jóvenes se unen a Luisa para atender a tantos necesitados. Después de un tiempo de noviciado, Luisa y sus compañeras pronuncian sus votos, en la fiesta de la Anunciación de 1634, fecha en que luego renovarán sus votos en todo el mundo las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl.

A partir de entonces la bola de nieve se convierte en alud arrollador. Se multiplican las obras en favor de "sus señores los pobres", como gustan llamarlos. Visitas a hospitales. Acogida de niños expósitos. Atención a las regiones en guerra. Se extienden a Flandes y Polonia, y luego a todo el mundo. Asilos para pobres. Establecimientos para locos y enfermos mentales. No hay dolencia sin remedio para Luisa y sus compañeras.

A principios de 1655 quedaba canónicamente erigida la Congregación de las Hijas de la Caridad. San Vicente les leyó las Reglas y les dijo: "De hoy en adelante, llevaréis el nombre de Hijas de la Caridad. Conservad este título, que es el más hermoso que podéis tener". Contrariamente a lo que ha ocurrido a otras comunidades, también nacidas para atender a los pobres, las Hijas de la Caridad han permanecido fieles a su carisma.

La actividad desarrollada por Santa Luisa era sobrehumana, a pesar de su débil constitución. Cayó agotada en el surco del trabajo el 15 de marzo de 1660. Vicente, también enfermo, no pudo acompañarla a la hora de la muerte. Le envió este recado: "Usted va delante, pronto la volveré a ver en el cielo". Vicente, cargado de buenas obras, no tardaría en acompañarla.

Los venerables restos de Santa Luisa de Marillac reposan en París, en la casa madre de la Congregación, en la misma capilla de las apariciones de la Virgen de la Medalla Milagrosa a Santa Catalina Labouré.

El papa Juan XXIII la proclamó en 1960 santa patrona de los asistentes sociales.

Una de las pocas cosas que preocuparon a Luisa fue el bienestar espiritual de su único hijo, Miguel. Su biógrafo dice: «Pese a todas sus ocupaciones, nunca lo olvidó.»

¿Podrían nuestras familias decir lo mismo respecto a nosotros? Es demasiado fácil olvidarse de los que tenemos más próximos cuando estamos presionados por el tiempo. Santa Luisa podría haber tenido razones legítimas para permitir que su hijo adulto se las arreglase por sí mismo, pero no lo hizo. El permaneció próximo a su corazón, y en su lecho de muerte, una de las últimas acciones de Luisa fue bendecirlo a él, a su esposa y a su nieto.

Por atareados que lleguemos a estar, no olvidemos el ejemplo de Santa Luisa. Aunque trabajemos para traer bendiciones a otros, recordemos también ser una bendición para nuestra propia familia.

PIO XII Y EL MILAGRO SOLAR

El Papa Pío XII vio varias veces el milagro solar.

Hace unos años un documento inédito salió a la luz y reveló que el Papa Pío XII había sido testigo del “milagro del sol” en cuatro ocasiones, considerando esta experiencia una confirmación del cielo, en su plan para declarar el dogma de la Asunción.

Recordemos que Eugenio Pacelli, recibió la ordenación episcopal del Papa Benedicto XV en la Capilla Sixtina el 13 de mayo de 1917, el día de la primera aparición de Nuestra Señora en Fátima.

El milagro del sol en Fátima, tubo lugar al finalizar la última aparición de la Virgen Santísima el 13 de octubre. Según los pastorcillos, Francisco, Jacinta y su prima Lucía, la Virgen María había dicho que haría un gran milagro ese día para que la gente creyera. Unos 70.000 asistentes en Cova de Iría y alrededores vieron la danza del sol.

Como Papa, en 1940, Pío XII aprobó las apariciones de Fátima y además habló a menudo con Sor Lucía, la vidente de Fátima.

La nota del Papa dice que a las 16:00 horas del 30 de octubre de 1950, durante su “paseo habitual en los jardines vaticanos, leyendo y estudiando, hacia la parte superior de la colina […] yo quedé asombrado por un fenómeno que hasta ahora nunca había visto”.

“El sol, que todavía estaba muy alto, lucía pálido, la esfera estaba opaca, totalmente rodeada por un círculo luminoso”, relató. Y uno podía mirar al sol “sin la menor molestia. Había una nube de muy poca luz en frente de él”.

La nota del Santo Padre describe que “la esfera opaca se movió un poco hacia afuera, ya sea girando o moviéndose de izquierda a derecha y viceversa. Pero dentro de la esfera, se podían ver los movimientos marcados con total claridad y sin interrupción”.

Pío XII dijo que vio el mismo fenómeno “el 31 de octubre y 1 de noviembre, el día de la definición del dogma de la Asunción, y luego otra vez el 8 de noviembre, y después de eso, nunca más”.

El Papa reconoció que en otros días aproximadamente a la misma hora, trató de ver si el fenómeno se repetía, “pero fue en vano – no podía fijar mi mirada en el Sol ni por un instante; mis ojos se deslumbraban”.

Pío XII habló sobre el suceso con algunos cardenales y colaboradores cercanos, de modo que Sor Pascalina Lehnert, la monja encargada de los apartamentos papales, declaró que “Pío XII estaba muy convencido de la realidad del extraordinario fenómeno, que había visto en cuatro ocasiones”.

sábado, 18 de marzo de 2017

El tren de la Vida

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El Tren de la vida.

La vida es como un viaje en un tren, con sus estaciones, sus cambios de vías, sus accidentes!!! Al nacer nos subimos al tren y nos encontramos con nuestros padres, y creemos que siempre viajaran a nuestro lado, pero en alguna estación ellos se bajaran dejándonos en el viaje solos. De la misma forma se subirán otras personas, serán significativas: nuestros hermanos, amigos, hijos y hasta el amor de nuestra vida. Muchos bajaran y dejaran un vacío permanente.. Otros pasan tan desapercibidos que ni nos damos cuenta que desocuparon sus asientos!! Este viaje estará lleno de alegrías, tristezas, fantasías, esperas y despedidas. El éxito consiste en tener una buena relación con todos los pasajeros, en dar lo mejor de nosotros. El gran misterio para todos, es que no sabemos en que estación nos bajaremos, por eso, debemos vivir de la mejor manera, amar, perdonar, ofrecer lo mejor de nosotros... Así, cuando llegue el momento de desembarcar y quede nuestro asiento vacío, dejemos bonitos recuerdos a los que continúan viajando en el tren de la vida!!!!

viernes, 17 de marzo de 2017

El Santísimo Cristo de Limpias

El santuario del Santísimo Cristo esta en Limpias, una pequeña localidad cántabra, perdida entre montes y bosques, al norte de España. La iglesia, de gran belleza, está dedicada a San Pedro, pero desde que la bella imagen del Cristo de la Agonía llegó allí, procedente de Cádiz después de 1755, pasó a ser santuario del Cristo. 

Su tradición dice que allí en Cádiz ya era venerada y que incluso ante la amenaza de un maremoto, la imagen fue sacada en procesión y el mar se calmó en el acto. Diego de la Piedra, dueño de la imagen, en su testamento, la remite a su villa natal, Limpias, donando el espléndido altar barroco que custodia dicha imagen, que está acompañada por la Virgen Dolorosa y San Juan, mandadas a hacer también por el dicho Diego de la Piedra.

La imagen representa la agonía de Cristo, los últimos momentos, por eso mira hacia arriba y la expresión es tan dolorosa, al tiempo que relajada. Llama la atención que ambas manos están en gesto de bendecir, así como el efod (o paño de pureza) que le cubre, de intenso color gris azulado, cuando lo típico es que fuese blanco. Mide unos 180 centímetros, y lleva una corona de espinas de madera también. Aún así, la imagen más conocida del Cristo de Limpias es la de una cabeza sobre un pilar y esto es porque fue precisamente la cabeza la protagonista de los sucesos tan extraños que le rodearon.

A partir del 30 de marzo, de 1919 se corrió a los cuatro vientos que en Limpias sucedían eventos extraordinarios. Decían que la hermosa imagen del Santo Cristo movía sus ojos, dando la sensación de un cuerpo vivo, que palidecía, sangraba y sudaba. El nombre de Limpias se hizo famoso y sus calle fueron visitadas por peregrinos que provenían de todas partes del mundo.

El primero en ver el prodigio fue el Padre Antonio López, un profesor del Colegio San Vicente de Paúl que se encontraba en la villa, el mismo lo relata:

"Un día en el mes de agosto de 1914, fui a la iglesia con el motivo de instalar una iluminación eléctrica en el altar mayor. Me hallaba solo en la iglesia subido en una escalera apoyada sobre un andamio improvisado recostado sobre la pared que sirve de trasfondo a la imagen del Cristo Crucificado, y después de dos horas de trabajo, empecé a limpiar la imagen de forma que esta pudiera verse mas claramente. Mi cabeza quedaba al mismo nivel que la del Cristo, a poco menos de dos pies de distancia; hacía un día muy hermoso y por la ventana atravesaban rayos de luz que iluminaban completamente el altar, sin notar la mas leve anormalidad y después de un largo rato de trabajo, detuve mi vista en los ojos de la imagen y observe que los tenía cerrados. Por varios minutos lo vi con toda claridad de manera que dudé si habitualmente los tenía abiertos.

No podía creer lo que mis ojos contemplaban, empecé a sentir que las fuerzas me faltaban; perdí el balance, desfallecí y caí de la escalera del andamio hasta el suelo, sufriendo un gran golpe. Al recobrar el sentido pude confirmar desde donde me encontraba que los ojos de la imagen del crucifijo permanecían cerrados. Abandoné rápidamente la iglesia contando el hecho a mi comunidad. Minutos después de abandonar la iglesia, me encontré con el sacristán quien se disponía a sonar las campanas para el Ángelus. Al verme tan agitado me preguntó si me ocurría algo. Le relaté todo lo sucedido lo cual no lo sorprendió puesto que ya había escuchado que el Santo Cristo había cerrado sus ojos en más de una ocasión."

Aún así, el sacerdote no le dio carácter milagroso al suceso, sino que revisó la imagen, buscando algún artilugio, frecuentes en imágenes medievales que movían la cabeza, los brazos… comprobó que los ojos eran de cristal y no se movían, como los de todas las imágenes normales. Contó a su superior lo sucedido, el que no dio importancia a ello, sólo le pidió lo escribiera, pero lo mantuviese en secreto (este documento no se hizo público hasta después de la aprobación canónica de los fenómenos)

Y llegamos a 1919, al 30 de marzo. Los padres capuchinos celebraban una misión popular por Cuaresma en la iglesia de Limpias y los pueblos de alrededor. Mientras se celebraba la misa, una niña notó que el Cristo había cerrado los ojos y lo dijo a otro sacerdote, que la ignoró, hasta que fueron más personas las que notaron el hecho. Al cerrar el templo, el párroco se acercó a la imagen y comprobó que sudaba, o al menos estaba humedecida, pero solo la imagen de Cristo, no el retablo, ni las otras imágenes.

El Domingo de Ramos, 13 de abril, dos autoridades de Limpias, no creyentes, se acercaron, para ver si se trataba de superchería de los curas o histeria de las gentes. Vieron al Cristo, mover los ojos y la boca. El Domingo de Pascua, 20 de abril, unas monjas vieron al Cristo mover los ojos y la boca nuevamente. El 4 de agosto, un grupo de más de30 personas ven tomar a la imagen aspecto de persona viva, todos juraron como los ojos se posaban de uno en otro, cambiando de expresión: compasión, dolor, dureza incluso. En septiembre, dos obispos y un grupo de sacerdotes le ven moviéndose agónicamente.

En fin, que las manifestaciones fueron muchas más y casi a diario, ya a grupos, ya personales. Comenzaron los testimonios de miradas personales, gotas de sangre que caían, sudoraciones de la imagen, movimientos de agonía, pérdida de color… Muchos declararon ver como en las bendiciones, los ojos seguían el movimiento de la mano del sacerdote. Ante esto, se comenzó a recoger los testimonios, que sobrepasan los 8000, y no están todos, pues con la Guerra Civil, se perdió documentación. 

Entre los testigos hay de todas clases sociales, de todo tipo de fervor, desde ateos o no cristianos, que se acercaban por curiosidad. En 1920 se contabilizaron más de mil curaciones, ya no sólo en Limpias, sino con sólo la invocación al Cristo de la Agonía o tocando las estampas que de su rostro ya recorrían la geografía española y un poco más allá.

Las peregrinaciones fueron tantas que en 1921 superaron incluso a Lourdes y Roma y este mismo año los fenómenos recibieron la aprobación del obispo de Santander, diócesis a la que pertenece Limpias. A partir de 1924 no se registran ya sucesos de este tipo, sólo curaciones y testimonios de conversiones (que no es poco). 

La guerra civil y el paso de los años harían decaer la afluencia masiva de peregrinos, pero no la devoción, que aún continúa en muchos sitios. Las visitas en la bella iglesia se suceden con más tranquilidad y sosiego, pero constantes.

Caridad admirable

"¡Qué acto de caridad admirable es esta ofrenda de Nuestro Señor en la Cruz por el honor y la gloria de su Padre y para salvar nuestras almas! ¡Qué lección! Después del santo sacrificio de la misa, ¿cómo no saldríamos de nuestras misas con más deseos de honrar a Dios, de darle gloria y de amar a nuestro prójimo?".

Monseñor Lefebvre.

viernes, 10 de marzo de 2017

Los cuarenta Santos Mártires de Sebaste.

Imperando Licinio, hizo publicar un edicto en que mandaba, so pena de la vida, abjurar la religión cristiana. Había en el ejército cuarenta soldados que eran cristianos, y el prefecto Agricolao los exhortó a negar la fe de Cristo. No siendo obedecido, hízolos encerrar en la cárcel, donde pasaron la noche cantando alabanzas al Señor, y Cristo se les apareció diciendo: «Bien habéis comenzado: mirad que acabéis bien».

Arrojados desnudos en una laguna helada, pidieron al Señor que ninguno flaquease; mas uno de ellos, vencido del frío, se pasó a un baño caliente, y luego expiró. Habiendo vito un portero que velaba bajar los ángeles con treinta y nueve coronas, movido de la maravilla, se hizo cristiano.

Sacáronlos de la laguna para conducirlos en carros a una hoguera, y reservaron a San Melitón, que por ser más joven, había resistido más a la violencia del frío; pero su madre le cogió en sus brazos y le echó en uno de los carros, y todos fueron quemados el día 9 de Marzo año de 316.

Hoy en día son más venerados en oriente que en occidente, allí se encuentran parte de sus reliquias, las más importantes se veneran en la Basílica del Santo Sepulcro, en Jerusalén y en el Monasterio Antim, en Bucarest.

En la Iglesia de Santa María la Antigua en Roma, situada en el Foro Romano, construida en el siglo V, incluye una capilla, consagrada a los Cuarenta Mártires. Contiene un mural del siglo VI o VII que representa el martirio.

viernes, 3 de marzo de 2017

Mi crucifijo

Tengo un pobre crucifijo
que, de cuanto amé en la tierra,
es el único tesoro
que todavía me queda.

Cuando todo va pasando
y la soledad me cerca
siento que él está conmigo,
siento que él nunca me deja.

Desde hace ya muchos años
ni un instante siquiera
se ha separado de mí...
No hay alegrías ni penas
que él no comparta conmigo,
que él no conozca ni sienta.

En esta imagen de Cristo
leo yo mi vida entera...
aquí está toda mi trama
de ingratitudes, miserias,
amor, ternura, dolor,
debilidades, fraquezas...

¡Misericordias antiguas,
y misericordias nuevas!
Es la luz que me ilumina,
el modelo que me enseña.

La suprema desnudez,
la renuncia más completa,
el total desprendimiento
de todo lo de la tierra.

¿Qué pudo hacer que no hiciese?
¿Qué pudo dar que no diera?
¡Bien puedo llamarle mío
puesto que así se me entrega!.

Es, además, mi esperanza
por que es la expresión suprema
del amor que Dios me tiene;
muriendo de esta manera.

¡Amigo fiel! ¡Compañero
de horas malas y horas buenas...!
¡Amor fuerte sobre todos
los amores de la tierra!.

¡El único que no falla,
el único que no deja,
la única compañía
que en esta vida me queda!.

Una carmelita descalza.

Las Hostias de qué están hechas?

De acuerdo con el Código de Derecho Canónico, el Sacrificio eucarístico se debe ofrecer con pan, y el pan debe ser exclusivamente de trigo y hecho recientemente, de manera que no haya ningún peligro de corrupción (Can. 924). Según la antigua tradición de la Iglesia latina, el sacerdote, dondequiera que celebre la Misa, debe hacerlo empleando pan ázimo.  (Can. 926). 

En la elaboración de las hostias no pueden agregarse ingredientes extraños a la harina del trigo y al agua. (Inaestimabile donum n. 8), de forma que la adición de otra clase de harina, colorante, azúcar, manteca, sal, miel, etc., hacen que la materia sea dudosamente inválida. 

Para los intolerantes al gluten, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha indicado que es válido preparar hostias con la mínima cantidad de gluten necesaria para obtener la panificación sin añadir sustancias extrañas ni recurrir a procedimientos que desnaturalicen el pan, pero ha recalcado que las hostias sin nada de gluten son materia inválida para la Eucaristía. Para ello, el obispo puede conceder a los fieles y a los sacerdotes la licencia (habitual o solo por un tiempo) para usar pan con una mínima cantidad de gluten como materia para la Eucaristía. Si un sacerdote no puede comulgar ni siquiera con una mínima cantidad de gluten, no puede celebrar individualmente la Eucaristía ni presidir la concelebración. (Carta Circular de 24 de julio de 2003). 

Siempre se requiere que la hostia tenga la forma redonda tradicional como símbolo de unidad y perfección (IGMR n. 321). 

Generalmente hay una hostia más grande para el uso del sacerdote. El tamaño tradicional es de unos 7 cm de diámetro, aunque en algunos lugares es costumbre que sea más grande (de unos 15 o 20 cm). Es costumbre que se grabe un símbolo sagrado por una cara y, por la otra, se marca para facilitar la fracción. De esta hostia, el sacerdote comulga una parte y le da las otras partes a los fieles. 

Además de la hostia grande, pueden hacerse hostias más pequeñas para el pueblo (de unos 3 cm de diámetro) cuando lo exija el número de los que van a recibir la Sagrada Comunión y otras razones pastorales (IGMR n. 321). 

El pan debe de ser reciente. Por ello, el Código de Derecho Canónico dispone que las Hostias consagradas deben renovarse con frecuencia, consumiendo debidamente las anteriores (Can. 939). La norma no indica la frecuencia de la renovación, pero algunos autores indican que debe ser, cuando menos, cada dos semanas.