El símil que más se asemeja a mi situación es la típica televisión “que no está rota pero casualmente falla”. Me explico. Todos hemos tenido que, alguna vez en nuestra vida, darle una somera ostia a la televisión. ¿Por qué? Porque estábamos felices viendo ese programa que tanto nos gusta y de repente se fastidia la señal. Así que zasca, toma ostia. No se arregla, le damos otra. ¡Funciona! No hemos tenido que esperar a la tercera para vencer, a la segunda ya va. Aun que en realidad la televisión sigue rota, funciona. Eso es por qué, por dentro, algún cable o alguna de sus múltiples piezas, se ha movido. La tele se ve, pero está rota, con el golpe solo hemos hecho que lo que falla se arregle, momentáneamente, sabemos que volverá a fallar.
Soy una televisión rota. De vez en cuando fallo, me auto-ostio, y funciono. Pero sigo estando roto. En verano me suele suceder, la parte en la que merezco el golpe. Estar en el pueblo lejos de mis apoyos principales hace que mi estado de ánimo sea una montaña rusa, subo y bajo, mi familia me aguanta y se atraganta conmigo. Todo esto hace que la señal se vea mal, es esos momentos en que, por mucho que golpees, no va, la apagas y, a los días vuelve a funcionar.
¿Por qué estoy roto? ¿Cuál es la parte que falla de mí? No lo sé, y que intente evitar que los demás noten mi ruptura no me ayuda, pero soy así. Estoy roto y así seguiré hasta que me arregle de nuevo, momentáneamente. Hay algo mal en mí, quizás debería llamar a un técnico que me ayude a no volver a romperme nunca más y a no estar roto internamente, pero oye, a mi orgullo no le da la gana. Ya se me pasará, perdón por si me da por alejarme de la realidad estos días, cuando no funciono, la vida me da fatiga, y la fatiga es muy mal.
Fuente: Hablando de vivir.