SALMO 2
INTRODUCCION
Puede considerarse como salmo real, aunque éstas distinciones son convencionales, dado que no existe un patrón común para salmos como el 18, 20, 21, 45, 72, 89 110, 132, etc. Indudablemente la esfera socio-política y cultural en la que se mueve es la monarquía, institución básica para Israel tanto en su historia como en su fe y esperanza; en realidad, el absolutamente rey es Yahveh, pero los ungidos como reyes para el pueblo, le representan. En esta concepción jerárquica la relación de vasallaje es la más natural; por eso, a raíz de la victoria en la guerra, el vencedor se alza como soberano, y el vencido queda sometido a su voluntad; en el caso de guerras entre pueblos circunvecinos y reyes, el perdedor aceptaba esa relación con todas sus consecuencias, tanto administrativa como militarmente, incluyendo la deposición y nombramiento de un nuevo rey de la confianza del soberano. Rebeliones de vasallos coligados contra el soberano se constituían en episodios frecuentes, tanto más cuando un imperio rival prestaba apoyo a los rebeldes.
Siendo impensable, entonces, el concepto de aconfesionalidad del Estado, la concepción descrita regía lógicamente también en el ámbito religioso; es más, derivaba de ella. Los reyes o emperadores eran considerados descendientes de los dioses y, en el pueblo de Israel, Yahveh es considerado el Soberano de todo con potestad, por tanto, para nombrar o deponer reyes conforme a su criterio; ejemplos palmarios son Saúl, y David a quien le fue asegurado que su dinastía sería permanente a lo largo del tiempo:
“Afirmaré después de ti la descendencia que saldrá de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza. (2 Sam 7,12)
“Bendito sea el Nombre de Dios por los siglos de los siglos, pues suyos son el saber y la fuerza. El hace alternar estaciones y tiempos, depone a los reyes, establece a los reyes.” ((Dan 2,20)
Esta concepción perdurará prácticamente, no sólo en Israel sino en todo el viejo mundo hasta, probablemente, la Ilustración en Europa y su colofón, la Revolución francesa, que abrió espacio a nuevos conceptos socio-religioso-políticos entendidos hoy genéricamente como democracia.
De esta concepción, cifrada en el binomio rey-vasallo, deriva un concepto muy concreto de autoridad y sus hipotéticas secuelas, la represión entre ellas. No existe reclamación ni exigencia de que el soberano demuestre con hechos su gestión. Es rey “por la gracia de Dios” y sus posibles abusos son también “por la gracia de Dios” además, el respaldo de la autoridad divina conduce a concebir el ataque al rey como un ataque a Dios. El argumento de autoridad legitima la posible arbitrariedad real contra el argumento de razón, respaldado sólo por la lógica. El corrimiento hacia un régimen dictatorial será un riesgo siempre presente.
“Si mi padre os impuso un yugo pesado, yo os aumentaré la carga; que mi padre os castigó con azotes, yo os castigaré con latigazos” (I Re 12,10)
Pero ni la realeza ni el salmo se agotan en el riesgo de corrupción. El salmo 44 y otros muchos, lo pueden constatar; así como algunos textos bíblicos que claramente utilizan el símbolo de la realeza como vehículo de una era idílica, mesiánica:
“Saldrá un vástago del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces. Reposará sobre él el espíritu de Yahveh, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y de temor de Yahveh. No juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas, juzgará con justicia a los débiles, con rectitud a los pobres de la tierra. Herirá al violento con la vara de su boca, y al malvado con el soplo de sus labios.(Is 11, 1 ss.)
Por tanto, aunque nadie puede ser privado de la razón; ni la autoridad por sí misma, aún en nombre de Yahveh, es determinante para el que la ostenta, el símbolo de la realeza queda justificado, máxime tratándose de aquél hacia quien apunta en la historia de la salvación: Jesús de Nazaret, que, al hacer el bien, queda automáticamente revestido de autoridad:
“Me refiero a Jesús de Nazaret, cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo.” (Ac 10,38)
"¿Qué es esto?, una doctrina nueva revestida de autoridad: da órdenes a los espíritus inmundos y le obedecen.” (Mc 1,27-28)
“Aquellos hombres, maravillados, decían: ¿quién es éste?, hasta los vientos y el mar le obedecen. (Mt 8,27)
“La gente quedaba asombrada de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas.” (Mt 7,29)
ARGUMENTO DEL SALMO
Si el salmo se limitara a hacer una apología de la realeza y sus atributos, de poco serviría es más, sería injusto y hasta ofensivo a la dignidad humana. Literalmente, pues, no tiene otro alcance que el propio de la época en que fue escrito; época tardía, corriendo tiempos de humillación nacional, en que los judíos se encuentran sin rey ni autonomía política necesitando, por otra parte, y con urgencia, un elemento de cohesión e identidad; una animación, precisamente cuando la promesa de Dios a David parece que deja de cumplirse. Son, los años del postexilio donde, el salmista, en un esfuerzo por sacar al pueblo de la desolación e infundirle esperanza, expresa ilusiones a contrapelo de la propia experiencia histórica; todo volverá a ser como antes. Lo cierto es que el pueblo fue llevado a la ruina por sus reyes que, perteneciendo a la dinastía davídica, no mostraron los signos propios de tal unción apareciendo entonces, en primer término, la realeza indiscutible de Yahveh, manifestada al decretar el destierro a Babilonia (Cf. Ps 136)
Pero en el mismo sueño de pervivencia, el salmista está construyendo el enlace que permitirá corroborar la perennidad de dicha dinastía. Por esta razón, el salmo no se agota en la literalidad sino que todo él es una provocación mesiánica, donde encuentra la plenitud de su sentido; un sucesor legítimo de David restaurará el pasado, e instaurará un futuro todavía más glorioso. La memoria nacional en la deportación hará surgir una literatura en torno a la realeza que insistirá en esta cuestión y así, mientras este salmo la abre, otro salmo, con el que se complementa, la cierra. Se trata del salmo 71(72), donde se describen las virtudes de un auténtico rey:
“El librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres, él rescatará sus vidas de la violencia, su sangre será preciosa a sus ojos” (Ps. 71).
Mientras el salmo 2 enuncia el principio de autoridad, necesaria en tiempos de confusión, el salmo 71 la llena de contenido, por lo que ambos deben ser leídos uno tras otro, como prólogo y epílogo de una evolución de conceptos que comienzan con la realeza, pasan por la imagen del Pastor y desembocan en la figura del Siervo, para poner las cosas en su sitio: la realeza y, en general, la autoridad, es un servicio que, en Jesús, alcanza la máxima expresión.
“Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os daré respiro. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde, pues mi yugo es llevadero y mi carga ligera. (Mt 11, 28-30)
En Jesús de Nazaret, pues, la realeza, el poder y la autoridad adquieren su auténtica dimensión, por lo que el salmo debe tratarse fundamentalmente como mesiánico.
COMPOSICION y COMENTARIO
El salmo gira en torno a un eje construido a modo de oráculo que ratifica la permanencia de un rey al frente del pueblo, pese a su ausencia temporal; y la respuesta al mismo por parte de un supuesto ungido; como si se tratara de los ritos de entronización de los mejores tiempos.
“Yo mismo he establecido a mi rey en Sión, mi monte santo.” (v. 6)
“Voy a proclamar el decreto del Señor: él me ha dicho: Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy.” (v.7)
Con estos dos versículos trata el salmista de afirmar, pese a la realidad de los acontecimientos, la permanencia de la dinastía conforme a la profecía de Natán.
“Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia; tu trono permanecerá por siempre.” (2 Sam 7, 16)
El ungido rey es considerado como “hijo de adopción”, el preferido por parte de Yahveh. No se trata, por tanto de un hecho biológico sino de un acto jurídico. Todo el pueblo, en realidad, es adoptado:
“Cuando Israel era niño, lo amé, y desde Egipto llamé a mi hijo.” (Os 11,1)
Bien colectiva, bien singularmente, éste concepto de filiación es reiterativo en la Biblia y, por tanto, en la historia de salvación significa una selección, más que una generación natural.
Él me invocará: Tú eres mi padre, mi Dios, mi roca salvadora. Y yo lo nombraré mi primogénito, excelso entre los reyes de la tierra.” (Ps 88, 27-28)
“Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados; yo mismo te engendré como rocío antes de la aurora.” (Ps 109, 3)
Lógicamente el hijo es el heredero, y de ahí que el salmo continúe en el v.8 haciendo hincapié, como en el resto, en la misma idea. Termina el salmo, no obstante, con una exhortación a respetar a Yahveh, pues la banalidad de los descendientes inmediatos de David, hizo caer a todo el pueblo en desgracia.
La exclamación final es un reconocimiento de lo ya expuesto; Yahveh es el único Rey, el que ofrece la mejor salvaguarda y refugio.
“¡Dichosos los que se refugian en él!” (v. 12)
INTENCION MESIANICA
El énfasis puesto en la perennidad de la dinastía regia hace de éste, como de otros salmos, que tenga una proyección fuertemente mesiánica; por eso debe ser leído fundamentalmente bajo esta perspectiva, pero añadiendo un matiz importante, el Mesías será rey, pero no solamente rey. Otros textos mesiánicos irán configurando su personalidad, que incluirá la de pastor de su pueblo.
“El Señor ha jurado a David una promesa que no retractará: (Ps 131, 11-12)
“Alégrate, ciudad de Sión; aclama, Jerusalén; mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando un asno, una cría de borrica. (Zac 9,9)
"Les daré un pastor único que las pastoree: mi siervo David; él las apacentará, él será su pastor.” (Ez 34,23)
“Aquel día brotará un manantial en Jerusalén, lo mismo en verano que en invierno. El Señor será rey de todo el mundo. (Zac 14,8)
Jesús de Nazaret reúne, entre otras, estas condiciones; y los evangelios han sido confeccionados teniendo en cuenta éstos y otros textos con la intención de subrayar su cumplimiento.
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Y él empezó a hablarles: Hoy, en vuestra presencia, se cumple este pasaje.” (Lc 4, 18 ss.)
LECTURA CRISTIANA
El salmo en cuestión, es citado con relativa frecuencia en el Nuevo Testamento sirviendo de apoyo a sus autores para dar a conocer la resurrección de Jesús como culminación de su obra y de su personalidad; por tanto como cumplimiento, e incluso superación, de las promesas.
“Lo que el ojo nunca vio, ni el oído oyó, ni hombre alguno llega a imaginar, Dios lo ha preparado para los que le aman y nos lo ha revelado a nosotros por medio del Espíritu.” (I Cor 2,9)
Con la Resurrección se abre un nuevo mundo y una nueva interpretación de las Escrituras, siendo los apóstoles los primeros en llevarla a cabo. El salmo 2 alcanza todo su sentido leído bajo esta perspectiva, hasta convertirse en revelación: El “hoy” del v.7 se hace un eterno presente que, en virtud de la resurrección, aclara definitivamente la identidad del hombre, Jesús de Nazaret.
“En el principio, antes de comenzar la tierra, fui engendrada. Cuando colocaba el cielo allí estaba yo.” (Prov 8, 23 ss.)
“En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra era Dios. La Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros.” (Jn 1, 1.14)
Su reino, cuya inminencia anunció, es de una naturaleza tal que el prefacio de la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, describe así:
“Reino eterno y universal; reino de la verdad y la vida; reino de la santidad y la gracia; reino de la justicia, el amor y la paz.” (Prefacio, último domingo ordinario)
CONCLUSION
¿Utopía o realidad?, Esta es la cuestión; ni utopía ni realidad fáctica. Más allá del ejercicio de la sublimación, el salmista adopta una actitud básica de fe viva tal, que, en época de crisis nacional, sigue creyendo, contra toda evidencia, en la continuidad de la promesa hecha a David. De esta naturaleza es la fe basada en el testimonio apostólico, según el cual cabe esperar activamente una novedad que se ajusta a los términos descritos anteriormente.
“Dios resucitó a Jesús y nos lo hizo ver a todos nosotros, constituyéndole Señor y Mesías.” (Cf. Ac 2, 24.36)