martes, 8 de abril de 2008
LA ORACIÓN SEGÚN LA REGLA DE SAN BENITO
De los setenta y tres capítulos de la Regla, trece están dedicados a la oración. En una primera lectura, estos capítulos sorprenden y hasta decepcionan: uno esperaba encontrar consideraciones elevadas, una teología de la oración o, al menos, métodos experimentados, una técnica de la oración; y sólo encuentra una fijación de la estructura del oficio diario y de cada oficio en particular: enumeración austera de los Salmos que hay que recitar. No obstante, en el giro de una frase, en el inciso de un párrafo, pronto se descubre el espíritu de la oración según san Benito.
1. Primacía de la oración en común
San Benito regula la vida de monjes cenobitas; su ocupación primera es la oración y, puesto que hay una opción por la vida en común, es normal que en ella tenga prioridad la oración en común.
El cuidado de fijar hasta el detalle la organización del “opus Dei” no es aquí señal de un espíritu meticuloso, sino la expresión de una voluntad de no dejar nada imprevisto. No es tampoco voluntad de imponer un ordo definitivo, ya que el mismo Benito dice- “si acaso no gustare a alguno esta distribución de los salmos ordénela de otro modo, si le pareciere mejor” (cap. XVIII).
2. Dignidad de la Liturgia
La improvisación crónica o la creatividad continua pronto llevan a la vulgaridad o al descuido. San Benito quiere que se celebre el oficio con respeto (De reverentia orationis, cap. XIX y XX), sin retraso ni negligencia (cap. XI). Cita versículos de algunos salmos: Servite Domino in timore (2/11); Psallite sapienter (46/8); In conspectu angelorum psallam tibi (137/1). El temor de Dios, la sabiduría, la presencia de los ángeles deben inspirar la salmodia.
San Benito no indica una técnica de oración, sino que prevé las diferentes actitudes que hay que observar en el curso del oficio: sentado para escuchar las lecturas (cap. IX), de pie para escuchar el Evangelio (cap. XI), inclinado en las doxologías para honrar a las personas divinas: ob honorem et reverentiam sanctae Trinitatis (cap. IX).
3. Brevedad de la oración personal en la Iglesia
Ya Cristo declara en el Evangelio: “Cuando oréis no hagáis como los gentiles que se imaginan que por su mucha palabrería serán escuchados”. (Mt 6,7); y: “Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que prefieren orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu habitación y, habiendo cerrado la puerta, ora a tu Padre que está allí en lo secreto, y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará” (Mt 6,5-6). Sin citar estos textos, san Benito se inspira evidentemente en ellos cuando dice: “Sepamos que no vamos a ser escuchados por hablar mucho, sino por la pureza de corazón y la compunción”. Y añade: “Por eso la oración debe ser breve y pura. (...) En comunidad abréviese lo más posible y hecha la señal por el superior, levántense todos a un tiempo” (cap. XX).
El inciso “a no ser que se prolongue por un afecto de la inspiración de la divina gracia” parece ser una invitación a proseguir sin testigos la oración personal. San Benito, en efecto, especifica en el cap. LII: “Terminada la Obra de Dios, salgan todos con sumo silencio, guardando a Dios la debida reverencia, para que si un hermano quiera quizá orar privadamente no sea impedido por la indiscreción de otro. Y si alguno en otra ocasión desea orar para sí más en secreto, entre simplemente y ore; no en voz alta, sino con lágrimas y fervor de corazón. Por tanto, al que no observe tal conducta, no se le permita, como queda dicho, quedarse por más tiempo en el oratorio después del Oficio Divino, para que no estorbe a los demás”. Con esto san Benito quiere evitar las demostraciones intempestivas de piedad y cortar de raíz todos los pseudo-misticismos, para los cuales una devoción exuberante hace las veces de fe.
La sobriedad en la oración, recomendada por san Benito, lejos de agotar la efusión de la gracia divina, no hace sino favorecerla: porque esta sobriedad expresa la humildad y la compunción que él recomienda insistentemente y sin las cuales no hay verdadera oración.
4. Sinceridad del culto
Los profetas del Antiguo Testamento habían condenado un culto sin piedad verdadera: “Este pueblo me honra con sus labios, mientras su corazón está lejos de mí”. (Isaías 29, 13). San Benito consagrará la máxima: Mens nostra concordet voci nostrae (cap. XIX). Es necesario creer en lo que se canta, lo que expresa la boca debe salir del corazón. La costumbre o la distracción pueden transformar a la larga el oficio en una formalidad pesada de la que está ausente el corazón. El monje debe, incesantemente, no sólo pensar en lo que dice, sino vivir lo que canta: lamentación, penitencia, adoración, acción de gracias; debe apropiarse los sentimientos que expresan los Salmos, no mediante un esfuerzo artificial, sino por una convicción espontánea de todo el ser.
5. El tributo del servicio
La participación en la oración común no siempre entusiasma: algunos días puede ser onerosa, por razones de fatiga física, de disposición psicológica o de cansancio espiritual. San Benito habla del pensum servitutis (cap. L). La oración es un tributo. No siempre tiene el aspecto de una gracia, puede ser pesada en ciertos días, pero nada dispensa de ella; no es facultativa, ni está sometida al humor o al capricho, es una obligación y un deber. Aun en los días en que el monje se siente poco inclinado o la oración, debe orar sin esperar que el affectus inspirationis divinae gratiae (cap. XX) aligere la carga del pensum servitutis (cap. L).
Primacía de la oración en común, dignidad de la celebración litúrgica, brevedad de la oración personal en público, sinceridad del culto, tributo del servicio divino: tales son las características de la oración. Sin elaborar una teología de la oración, sin revelar técnicas de oración, sin ni siquiera dictar un código litúrgico, san Benito ha dado un estilo a la liturgia de Occidente y ha inspirado un ritmo de oración personal que abarca la vida entera del monje: la manera monástica de ser contemplativo.
PIERRE MIQUEL, OSB