domingo, 8 de mayo de 2011

CICATRICES


Cuando escuchamos la palabra “cicatriz” inmediatamente pensamos en marcas horribles y desagradables que no queremos en nuestra piel. Sin embargo, las cicatrices existen cuando se ha reparado algún daño, cuando se ha sanado una herida.

Y la verdad es que todos tenemos cicatrices. Hermosas marcas que diversas experiencias en nuestra vida han dejado permanentemente en nuestra piel. Huellas que no podemos borrar, que no debemos ignorar y que siempre debemos admirar.

A lo largo de mi corta vida me he dado cuenta que son las experiencias más dificiles y dolorosas las que me han moldeado. Me han fortalecido y me han hecho quien soy actualmente.

Tengo una gran cicatriz en mi frente. Cuando solamente era un niño, recibí una gran cantidad de golpes a mi orgullo, a mi personalidad, a mi forma de ser y de pensar. No podía tener una opinión diferente, estaba limitado a una sola creencia y a una sola manera de ver las cosas. Nadie podía ver las consecuencias que esto tenía en mi. Yo era el único que veía la sangre por las noches, yo era el responsable de limpiar la herida y alimentarme de la suficiente anestesia para poder despertarme al siguiente día y fingir que todo estaba bien.

El químico era tan fuerte que me creía mi propia mentira. No era suficiente ni necesario engañar a los demás… lo importante era engañarme a mi mismo. Lo importante era hacerle a mi cuerpo saber que no existía ningún dolor, no había herida, todo estaba bien.

El adormecimiento se detuvo cuando supe que estaba sufriendo. Estuve años pensando que mi dolor era justificado y necesario. Es decir, la anestecia era tan fuerte que yo ni siquiera sabía que estaba agonizando.

Hasta que ese alguien llegó y, sin saberlo, comenzó a sanar mis heridas. Hasta que nuevos amigos, nuevas experiencias y una nueva forma de ver las cosas comenzaron a cicatrizar esa primera lesión. Yo no cambié ni el dolor tampoco. Simplemente, dejé de anesteciarme y dejé a la herida curarse. ¡Qué doloroso fue el proceso de cicatrización! Pero… ¡qué necesario!.

Desde entonces, la persona que curó mi primera herida fue la responsable de abrir otras. Me he caído, me han golpeado, me he lesionado… se han abierto muchas otras fuentes de sufrimiento y se han cicatrizado.

Pero gracias al gran sufrimiento que experimenté, he aprenido a que no debo anesteciar mi agonía. No debo engañarme… debo vivir, sentir.

Por eso siempre veo esa primera cicatriz en mi frente. Todos los días la admiro y me alegro de que forme parte de mi piel. Me siento orgulloso de esa y de todas mis cicatrices. Han formado y endurecido mi corteza… forman parte de mi. ¿Y tú? ¿Estás orgulloso de tus cicatrices? ¿O todavía tienes viejas heridas que no quieres dejar cerrar?.