martes, 8 de febrero de 2011

Un paseo por los Salmos 1-50

Salmo 1

El Salterio comienza con esta “Bienaventuranza”, que es como el prólogo de todo el Libro. La exclamación inicial –“¡Feliz el hombre...!”–; se explicita a lo largo del Salmo mediante la contraposición de dos imágenes poéticas: el árbol desbordante de vitalidad simboliza la felicidad de los justos; la paja arrastrada por el viento representa la ruina final de los impíos. Así se expresa uno de los temas centrales del Salterio y de toda la Biblia: la conducta de cada hombre está sometida al Juicio de Dios, y el mundo está gobernado por la justicia divina.

Salmo 2

Este Salmo “real” perteneció originariamente al ritual de la entronización de los reyes davídicos. Con gran fuerza poética y en progresión dramática, el salmista presenta cuatro escenas sucesivas: a) la inútil rebelión de los reyes vasallos (vs. 1-3); b) la reacción del Señor frente a los rebeldes (vs. 4-6); c) la declaración del nuevo rey, el “Ungido” del Señor (vs. 7-9); d) el llamado a la reconciliación, con una amenaza a los rebeldes (vs. 10-12).
En el transcurso del tiempo, este Salmo se fue enriqueciendo con motivos mesiánicos, y los primeros cristianos lo “releyeron” como un anuncio de la entronización celestial de Cristo en el momento de su Resurrección y como una proclamación profética de su filiación divina (v. 7).

Salmo 3

Rodeado de enemigos que tratan de quitarle la confianza en Dios (v. 3), el salmista se pone totalmente bajo la protección divina. Su confianza se funda en el recuerdo de la ayuda que recibió del Señor en circunstancias similares (vs. 4-5, 8). La “multitud innumerable” mencionada en el v. 7 (literalmente, “un ejército de diez mil”), podría indicar que este Salmo fue inicialmente la súplica de un rey o de un jefe militar, y que sólo más tarde comenzó a ser recitado por el común de los fieles.
La tradición cristiana, apoyándose en el v. 6, ha utilizado este Salmo como oración de la mañana.

Salmo 4

La experiencia personal de los favores recibidos (v. 2b) ha suscitado en el salmista una inalterable confianza en Dios, que hace “maravillas” por sus amigos (v. 4). Esta actitud confiada -única fuente de paz y alegría verdaderas (vs. 8-9)- le permite apelar a la ayuda divina en la dificultad presente, y dirigir una severa exhortación a los que dudan de Dios y se apartan de él en el momento de la adversidad (vs. 3-7).
La Iglesia, fundándose en el v. 9, utiliza este Salmo como oración de la noche.

Salmo 5

A la hora en que se ofrece el sacrificio matutino (Éx. 29. 38-40), un fiel israelita expone su caso al Señor (v. 4), apelando a la justicia de Dios (v. 9). El hecho de encontrarse en el Santuario (v. 8) es para él una prueba de su inocencia, porque ningún impío podría gozar de ese privilegio (vs. 5-6). Para hacer más apremiante su oración, el salmista menciona a sus enemigos, que lo acusan calumniosamente (vs. 9-11). El Salmo concluye con una expresión de confianza en el Señor, que bendice a los justos y los protege como un escudo (vs. 12-13).
El v. 4 ha dado pie a que se usara este Salmo como oración de la mañana.

Salmo 6

Agobiado por sus sufrimientos, un enfermo pide al Señor que lo perdone y le devuelva la salud (vs. 2-3), exponiendo los males que lo afligen (vs 4, 7-8) y los motivos que tiene para implorar la ayuda divina (vs. 5-6).
Las expresiones e imágenes empleadas en este Salmo se vuelven a encontrar en un grupo de Salmos denominados “Oraciones de los enfermos”, (Sal. 38; 41; 88; 102. 2-12). Estas oraciones podían ser utilizadas en cualquier caso de enfermedad. Los enfermos las recitaban personalmente en el Templo, y si estaban impedidos, lo hacían por medio de un representante. A cada uno le correspondía poner su acento particular en la recitación de la súplica.
La tradición cristiana ha hecho de este Salmo uno de los siete llamados “penitenciales” (Sal. 32; 38; 51; 102; 130; 143).

Salmo 7

Mediante una declaración que equivale a un juramento (vs. 4-6), una persona acusada y perseguida se confiesa inocente delante del Señor y le ruega que lo libre de sus perseguidores (vs. 9-10).
El motivo de la acusación está descrito con bastante vaguedad, y ningún detalle permite identificar con exactitud a los perseguidores. Estos hechos parecen indicar que el Salmo fue compuesto originariamente para el rito a que se hace alusión en 1 Rey. 8. 31-32: cuando un inocente era amenazado de muerte y perseguido, podía refugiarse en el Templo y someter su caso a la justicia de Dios. Con este fin, recitaba la fórmula contenida en este Salmo o alguna otra similar (Sal. 17; 26). Al declarar su inocencia, no afirmaba estar libre de todo pecado, sino solamente del crimen que se le imputaba.

Salmo 8

La alabanza contenida en este célebre himno expresa la intuición poético-religiosa del salmista, que contempla con ojos asombrados la obra de Dios en la creación. Su pensamiento se concentra en el hombre, realidad casi insignificante en comparación con la majestad del cielo, y objeto, al mismo tiempo, de una inexplicable solicitud por parte del Creador (v. 5). Ningún otro de los seres creados recibió una dignidad semejante a la de él (v. 6), y todas las cosas están sometidas a su dominio (vs. 7-9). Estas mismas ideas se vuelven a encontrar en el relato “sacerdotal” de la creación (Gn. 1. 26-28), que es, sin duda, posterior a este Salmo.

Salmo 11 (10)

Ante una grave amenaza de muerte, cuando la prudencia humana haría razonable la huida, el salmista responde a sus amigos con una expresión de absoluta confianza en Dios. Al lirismo de los versos iniciales (vs. 1-3) se añade una reflexión de tono sapiencial (vs. 4-7). En ella se afirma que los acontecimientos humanos están regidos por la Providencia de Dios, y que a pesar del momentáneo triunfo de los malvados, al final, triunfará la justicia.

Salmo 12 (11)

Este Salmo es una súplica, en la que el autor, con una visión pesimista del mundo, pide al Señor que intervenga para poner fin a los males que lo afligen. El Señor responde a esta petición con un oráculo, que contiene una promesa de salvación para los oprimidos (v. 6). Como es habitual en los Salmos de súplica, los versículos finales (8-9) son una expresión de confianza en el Señor.

Salmo 13 (12)

Los dramáticos “¿hasta cuándo?” de los versículos iniciales (2-3) confieren a esta súplica una intensidad particular. La reiteración de la pregunta expresa elocuentemente la impaciencia del salmista, al sentirse abandonado de Dios; pero, al mismo tiempo, es un signo de la íntima familiaridad con que implora la protección divina.
El Salmo no es muy explícito en describir la aflicción que da motivo a la súplica. Sin embargo, el v. 4 parece indicar que se trata de una enfermedad grave, que pone al paciente en peligro de muerte. Como en el Salmo anterior, la súplica concluye con una expresión de confianza, que dará lugar a la alegría y a la acción de gracias, cuando el Señor responda favorablemente (v. 6).


Salmo 14 (13)

La primera parte de este Salmo describe con un tono marcadamente pesimista, semejante al del Salmo 12, los pecados que corrompen a la sociedad. El principal de todos esos pecados es la negación de Dios, que el salmista condena como la mayor insensatez (vs. 1-3). La segunda parte contiene una invectiva contra los opresores de los pobres, porque no quieren caer en la cuenta del castigo que el Señor les tiene reservado (vs. 4-6). El versículo final fue añadido para el uso litúrgico del Salmo, y expresa el deseo de que el Señor envíe tiempos mejores a su Pueblo.
Este mismo Salmo, con algunas variantes (vs. 5-6), se vuelve a encontrar en el segundo libro del Salterio (Sal. 53).

Salmo 15 (14)

En este breve y hermoso Salmo se establecen las condiciones necesarias para ser “huésped” del Señor, es decir, para entrar en el Santuario y participar del culto divino (v. 1). Entre las condiciones exigidas, no se menciona ningún rito exterior, sino que todas tienen un carácter exclusivamente moral. Esto pone en evidencia que el verdadero culto es inseparable de la justicia y del amor hacia el prójimo (vs. 2-5).

Salmo 16 (15)

La confianza y el gozo profundo que brotan de la intimidad con Dios, son los sentimientos predominantes en este Salmo. Los vs. 5-6 permiten suponer que su autor es un levita – es decir, una persona consagrada al culto de Dios en el Templo de Jerusalén– que se encuentra en un grave peligro y acude al Señor, fuente de vida (v. 11), para que lo libre de la muerte (v. 10).
El Nuevo Testamento asigna a este Salmo un sentido mesiánico, citándolo como un anuncio anticipado de la Resurrección de Cristo (vs. 8-11).

Salmo 17 (16)

La situación en que se recitaba este Salmo es idéntica a la que se describe a propósito del Salmo 7: un inocente –acusado y perseguido injustamente– expone su caso al Señor en demanda de justicia. La súplica se alterna con las declaraciones de inocencia (vs. 3-5) y con una descripción de la maldad de sus perseguidores (vs. 10-12). En el versículo final, el salmista manifiesta su certeza de que alcanzará el favor divino.



Salmo 18 (17)

En este Salmo, el rey expresa su reconocimiento al Señor por la victoria alcanzada. El estilo es altamente poético y las ideas se van expresando con un amplio despliegue de imágenes. Al comienzo, se acumulan epítetos que presentan al Señor como un refugio inexpugnable para sus fieles (vs. 2-3). La amenaza del enemigo se describe como una irrupción de las fuerzas del caos y de la muerte (vs. 5-6). La intervención del Señor está descrita como una teofanía, en la que participan y se conmueven todas las fuerzas de la naturaleza (vs. 8-16).
Con algunas variantes, este mismo poema se vuelve a encontrar en 2 Sam. 22. 2-51.

Salmo 19 (18)

En este Salmo se encuentran yuxtapuestos dos poemas de estilo y contenido diversos. El primero es un himno de intensa vibración lírica, que celebra la gloria del Creador manifestada en la armonía y grandiosidad del firmamento (vs. 2-7). El segundo -que proviene de una época mucho más reciente- es un poema didáctico, en el que se describen las excelencias de la Ley divina.
A pesar de estas diferencias, la yuxtaposición de los dos poemas no es totalmente artificial, ya que así se establece un paralelismo entre las dos manifestaciones de la gloria de Dios: una en la Creación y en las perfecciones del universo, y otra en la Revelación concedida a su Pueblo, fuente de felicidad y de vida para los que la aman y aceptan sus exigencias.

Salmo 20 (19)

Ante la inminencia del combate, la comunidad congregada en el Templo (v. 3) implora la protección divina y la victoria del rey (vs. 2-6). Como era habitual en esas circunstancias (1 Sam. 7. 7-10), un sacrificio acompañaba a la súplica (v. 4). La segunda parte del Salmo (vs. 7-9) es un oráculo pronunciado en nombre del Señor, que anuncia la victoria a su Ungido.

Salmo 21 (20)

Este canto litúrgico de acción de gracias está estrechamente vinculado con el Salmo anterior: la súplica del pueblo antes de la batalla ha sido escuchada, y el Señor ha concedido al rey una resonante victoria. El Salmo consta de tres partes. La primera (vs. 2-8) es una expresión de alegre reconocimiento por las bendiciones concedidas al rey, en particular, por el triunfo alcanzado. En la segunda (vs. 9-13), un sacerdote o un profeta interviene para anunciar la victoria total sobre los enemigos del Señor y del rey. Por último (v. 14), la comunidad pide al Señor, en una breve súplica, que despliegue su poder para cumplir la promesa expresada anteriormente.

Salmo 22 (21)

Este Salmo supera a todos los de su género por la intensidad de la súplica y por la impresionante descripción de los sufrimientos que aquejan al salmista. En él se encuentra expresado el desamparo de un hombre justo, que ha tocado el límite del sufrimiento físico y moral, sobre todo, el de sentirse abandonado por Dios (v. 2). Sin embargo, incluso en medio de los mayores sufrimientos, el salmista suplica con una inquebrantable confianza en Dios (vs. 10-11) y está seguro de la liberación final. Por eso, su oración concluye con un canto de alabanza y de acción de gracias, en el que todos los fieles son invitados a celebrar al Señor, que no niega su ayuda a los pobres (vs. 23-27).
Este Salmo ocupa un lugar excepcional en la piedad cristiana, porque Jesús, en el momento de la crucifixión, lo utilizó para expresar los tormentos de su agonía.

Salmo 23 (22)

Un sentimiento de profunda confianza en Dios -expresado en un lenguaje de incomparable belleza poética- es la característica de este Salmo. En la primera parte (vs. 1-4), el salmista se vale de la imagen del “pastor” para describir su experiencia de la protección divina. En la segunda (vs. 5-6), los elementos simbólicos parecen entrecruzarse con la referencia a una situación concreta: el salmista, perseguido por sus enemigos (v. 5) se pone al amparo del Señor en el Templo (v. 6), y allí el Señor le brinda su hospitalidad, haciéndolo partícipe de su mesa (v. 5).
El Nuevo Testamento retoma la imagen del “pastor” para aplicarla a Cristo, el “Buen Pastor” que da la vida por sus ovejas (Jn. 10). La tradición de la Iglesia ha visto en este Salmo una figura de los Sacramentos de la Iniciación cristiana.

Salmo 24 (23)

Este Salmo consta de tres partes, aparentemente inconexas. La primera es un breve himno al Creador (vs. 1-2). La segunda, de tono sapiencial, enumera las condiciones morales que debe reunir el que se acerca al recinto sagrado (vs. 3-6). En la parte final (vs. 7-10), resuena un diálogo de dos coros frente a las puertas del Santuario.
La vinculación de estas tres partes aparece de inmediato, si se tiene en cuenta la acción litúrgica que servía de marco al Salmo. La comunidad cultual, reunida procesionalmente a la entrada del Templo, se disponía a ingresar en él con el Arca de la Alianza, trono del “Rey de la gloria”. En ese momento, se dirigía a los fieles una instrucción, que venía inmediatamente después del himno inicial. El vibrante diálogo de los dos coros confería particular solemnidad a la acción litúrgica.

Salmo 26 (25)

Víctima de una acusación injusta el salmista busca un refugio en el Santuario y allí apela al Juicio de Dios (v. 1). Una declaración de “inocencia” (vs. 4-6) acompaña a la súplica, que concluye con la promesa de agradecer públicamente al Señor el beneficio recibido (v. 12). Por su contenido y por la circunstancia en que era pronunciado originariamente, este Salmo es muy similar al Salmo 7.

Salmo 27 (26)

Este Salmo consta de dos partes íntimamente relacionadas. En la primera (vs. 1-6), el salmista manifiesta con imágenes muy expresivas su inalterable confianza en el Señor (v. 3) y su anhelo de vivir en constante comunión con él (v. 4). La segunda (vs. 7-14) es una súplica en medio de la persecución, donde vuelve a ponerse de manifiesto ese mismo sentimiento de ilimitada confianza (v. 10).

Salmo 28 (27)

Ante la amenaza de un peligro mortal, el salmista suplica al Señor que responda favorablemente a sus ruegos, librándolo de la muerte (vs. 1-3). No es fácil determinar con exactitud la índole del peligro a que se hace alusión en el Salmo, y podría pensarse tanto en una acusación injusta como en una enfermedad grave. Los vs. 6-7 son un canto de acción de gracias, que el salmista entona anticipadamente, porque está seguro de recibir la ayuda divina. La súplica final por el rey y por todo el Pueblo (vs. 8-9), probablemente fue añadida más tarde, para el uso litúrgico del Salmo.

Salmo 29 (28)

Este vibrante himno de alabanza celebra la majestad y el poder de Dios, que se manifiestan en el fragor de la tormenta. La “voz del Señor” es el trueno, que sacude con su ímpetu todas las fuerzas de la naturaleza (vs. 3-9). A la voz del Señor en esta teofanía cósmica, responde la alabanza litúrgica de toda la creación, expresada en una sola palabra “¡Gloria!” (v. 9).
Probablemente, este Salmo es la adaptación de un antiguo himno cananeo en honor de Baal, el dios de las tormentas.

Salmo 30 (29)

Este Salmo es un canto de acción de gracias después de una enfermedad grave (vs. 2-5, 13). El salmista reconoce que el Señor lo puso en peligro de muerte por un pecado de presunción (v. 7); pero luego, en respuesta a su plegaria (vs. 9-11), le dio una prueba evidente de su misericordia (v. 6), haciendo que su dolor se convirtiera en alegría (v. 12).
Salmo 31 (30)

En este Salmo se combinan una súplica confiada (vs. 2-l9) y un canto de acción de gracias (vs. 20-25). En primer lugar, un hombre acusado y perseguido injustamente se pone en las manos de Dios (v. 6) y le ruega que lo salve. Luego el mismo salmista expresa su reconocimiento al Señor, por haber experimentado la protección divina y verse libre de peligro.

Salmo 32 (31)

Este poema lírico-didáctico expresa la felicidad de un pecador que ha obtenido el perdón divino, contraponiéndola a las aflicciones que provienen del pecado (vs. 1-5). El tono personal con que el salmista narra su propia experiencia (vs. 3-5), se alterna con el estilo sapiencial de las “bienaventuranzas” iniciales (vs 1-2) y de la exhortación final (vs. 8-11). Esto hace que el Salmo sea, al mismo tiempo, una expresión de agradecimiento al Señor por la gracia del perdón, y una lección de sabiduría para toda la comunidad.
Este es uno de los Salmos llamados “penitenciales” (Sal. 6; 38; 51; 102; 130; 143).

Salmo 33 (32)

Este himno es una invitación a celebrar la omnipotencia de la Palabra de Dios, puesta de manifiesto en la creación del mundo (vs. 1-9), y a reconocer el designio divino que dirige todos los acontecimientos, en especial el destino del Pueblo elegido (vs. 10-12). La frustración de los planes de las naciones (v. 10) no es más que el reverso de esa solicitud universal de Dios, siempre dispuesto a eliminar los obstáculos que se oponen a los designios de su Providencia. Pero Dios no está presente únicamente en los grandes acontecimientos de la historia, sino que penetra en el corazón de cada hombre y vela sobre los detalles más pequeños de la vida cotidiana (vs. 13-15, 18-19).

Salmo 35 (34)

Ante la acusación de falsos testigos (v. 11), un hombre inocente expone su causa al Señor y le pide que acuda en su defensa (vs. 1-3). El salmista se siente defraudado por la ingratitud de sus adversarios, que lo persiguen sin motivo (v. 7) y le devuelven mal por bien (vs. 12-16). Su oración incluye la promesa de dar gracias a Dios públicamente por los beneficios recibidos (vs. 18, 28).

Salmo 36 (35)

En este Salmo se contrapone vívidamente la maldad del impío a la bondad de Dios. Los versículos iniciales (2-5) presentan al impío como inspirado por una fuerza interior -el Pecado- que lo induce a la rebelión contra Dios y a la práctica del mal. La segunda parte (vs. 6-l0)describe en estilo hímnico la Providencia universal de Dios, el dador de toda vida, que colma de felicidad a sus fieles. El Salmo concluye con una súplica (vs. 11-12), en la que el salmista pide la protección divina para sí y para todos los fieles, y anuncia la destrucción de los malvados (v. 13).

Salmo 38 (37)

Este Salmo es la súplica de un enfermo (vs. 3-4) que padece, además, de una penosa enfermedad (vs. 6-11), el abandono de sus amigos y la persecución de sus enemigos (vs. l2-13). El salmista tiene una viva conciencia de su pecado (v. 5), pero no ha perdido la esperanza (v. 16), y aguarda pacientemente que el Señor no lo abandone y le devuelva la salud (vs. 22-23).
Este es uno de los Salmos llamados “Oraciones de los enfermos” (Sal. 6; 41; 88; 102. 2-12). La tradición cristiana lo ha incluido en el grupo de los Salmos “penitenciales” (Sal. 6; 32; 51; 102; 130; 143).

Salmo 39 (38)

Este Salmo es como el estallido de una indignación largamente reprimida (vs. 3-4). El diálogo del salmista con el Señor tiene un tono de amarga protesta, motivada por la intensidad del sufrimiento (v. 11) y por la reflexión sobre la caducidad de la vida (vs. 5-7). Sin embargo, la confianza en Dios (v. 8) y el reconocimiento de los propios pecados (vs. 9, 12) hacen que predomine, en definitiva, la actitud de humilde sometimiento a los designios del Señor (v. 10).

Salmo 40 (39)

En este Salmo se encuentran reunidos dos poemas de estilo y contenido diversos. El primero (vs. 2-11) es un canto de acción de gracias por la liberación de un peligro grave. El segundo (vs. 14-18) es una súplica para pedir la ayuda divina en un momento de desgracia, y se vuelve a encontrar en el Salmo 70, en forma independiente. Los vs. 12-13 sirven de lazo de unión entre estas dos partes, que originariamente estaban separadas.

Salmo 41 (40)

La nota característica de este Salmo es el “preludio” sapiencial que antecede a la acción de gracias por la salud obtenida (vs. 2-4). El salmista recuerda su penosa enfermedad y la súplica que dirigió al Señor en medio de su dolor. Al describir sus padecimientos, más que el dolor físico, acentúa el dolor moral que causan la ingratitud, la maledicencia y la hipocresía (vs. 5-11). El Señor accedió a su súplica, y en esto él reconoce el amor que le ha manifestado (vs. 12-13).
Este es uno de los Salmos llamados “Oraciones de los enfermos” (Sal. 6; 38; 88; 102. 2-12).

Salmo 42 (41)

La unidad temática, el estilo y la repetición del mismo estribillo a intervalos regulares (42. 6, 12; 43. 5) indican que los Salmos 42 y 43 forman un mismo poema. En él se armonizan admirablemente la hondura del sentimiento religioso y la eficacia de la expresión lírica. El v. 7 indica que el autor del Salmo -probablemente un levita- se encuentra lejos de la Tierra santa, en las cercanías del monte Hermón, y suspira por volver a gozar de la presencia divina en el Santuario de Sión. A pesar de sentirse olvidado de Dios (42. 10), el salmista no ha perdido la esperanza, y confía en que el Señor volverá a guiar sus pasos hasta su santa Montaña (43. 3).
Salmo 43 (42)


Salmo 44 (43)

En un momento de grave crisis nacional -consecuencia de una derrota- Israel se dirige al Señor para implorar su ayuda. El recuerdo de las antiguas victorias (vs. 2-9), y su contraposición con la calamidad presente (vs. 10-17), confiere mayor dramatismo a la súplica. La alternancia entre el singular y el plural (vs. 5-6, 7-8) indica que el salmista, en alguna medida, encarna el destino de toda la nación. Esta es una de las características propias del rey, y por eso se puede pensar que es él quien pronuncia la súplica, como representante de todo el pueblo.
Las audaces afirmaciones de los vs. 18-22 proporcionan un valioso indicio para fijar la fecha de composición del Salmo: el Señor permitió la derrota de su Pueblo en un momento en que este se mantenía fiel a la Alianza. El momento histórico que mejor responde a esta circunstancia es el largo reinado de Ezequías (2 Rey. 18 - 20), época de reforma religiosa y de tenaz oposición a la idolatría.

Salmo 45 (44)

Este bellísimo canto nupcial fue compuesto en ocasión del matrimonio de un rey israelita con una princesa extranjera. En la primera parte del Salmo (vs. 2-10), el poeta se dirige al rey para exaltar sus virtudes y exhortarlo a luchar por la justicia, en defensa de su pueblo. La segunda parte (vs. 11-17) está dedicada a la esposa: luego de invitarla delicadamente a que sepa ganarse el corazón del rey, el salmista describe su belleza y el esplendor de su cortejo.
El versículo final (18) tiene un sentido mesiánico y, sin duda, fue agregado más tarde, cuando se “releyó” todo el Salmo como una descripción profética del Mesías. Así lo utilizan el Nuevo Testamento (Heb. 1. 8-9) y la tradición cristiana.

Salmo 46 (45)

Este canto triunfal contiene una admirable profesión de confianza en el Señor, que está presente en medio de su Pueblo (vs. 4, 8, 12), como una fortaleza inexpugnable (v. 2). El lugar privilegiado de esa presencia divina es la “Ciudad de Dios” (v. 5) -Jerusalén, con su Templo de Sión-que el mismo Señor eligió como Morada (Sal. 132. 13). Desde allí él manifiesta su poder, para asegurar la prosperidad y la paz de su Pueblo (vs. 5, 10), y para librarlo de todos los peligros (vs. 3-4, 6).
Este Salmo -junto con los Salmos 48; 76; 87- pertenece a un grupo de poemas cultuales, que celebran los privilegios de la Ciudad de Dios, y por eso se denominan “Cantos de Sión”.

Salmo 47 (46)

El tema de este himno es la realeza universal del Señor (vs. 3, 7-9) puesta de manifiesto victoriosamente cuando él entregó en herencia a su Pueblo la Tierra prometida (vs. 4-5). En la vibrante aclamación del v. 6, se percibe el eco de una liturgia de entronización del Arca de la Alianza en el Santuario de Sión. Cuando se fue perdiendo el recuerdo de esta fiesta, el Salmo se aplicó al triunfo final de Dios y a la implantación definitiva de su Reino.
En el Salterio, hay otros poemas litúrgicos que tienen una afinidad temática con este Salmo, y por eso son llamados “Himnos a la realeza del Señor” (Sal. 93; 96 - 99).


Salmo 48 (47)

Este vibrante poema -lo mismo que el Salmo 46- es una expresión de fe y de confianza en el Señor, cuya presencia en el Templo de Sión hacía de Jerusalén la “Ciudad de Dios” (v. 9) y era una garantía de seguridad para Israel (v. 4). Los vs. 5-8 parecen ser, más que la descripción de un hecho histórico determinado (2 Rey. l9. 35), la representación poética de todos los peligros que podían amenazar a la Ciudad santa, y que ella debía desafiar confiadamente, porque el Señor era su baluarte inexpugnable. Los versículos finales (l3-l5) son un canto procesional, dirigido a los peregrinos que iban a Jerusalén con motivo de las grandes festividades (Éx. 23. l4-l7).
Este Salmo -junto con los Salmos 46; 76; 87- pertenece al grupo de los llamados “Cantos de Sión”.

Salmo 49 (48)

Este Salmo “didáctico” alude repetidamente al “temor” que experimentan los pobres, cuando comparan su propia miseria con la felicidad de los poderosos (vs. 6-7, 17). Dicho temor está motivado por la aparente contradicción entre ese estado de cosas y la justicia de Dios en el gobierno del mundo (Sal. 37; 73). Para responder a esa inquietud, el salmista recuerda que nadie podrá asegurarse la inmortalidad por medio de sus riquezas (vs. 8-10): todos los hombres son iguales ante la muerte (v. 11) y los ricos no llevarán sus bienes a la tumba (v. 18). Además, los justos se verán libres de todo grave peligro (v. 16), mientras que un desastre final espera a los malvados (vs. 12-15). El Salmo no contiene ninguna referencia clara a la vida eterna: sólo esta proporcionará más tarde la clave para resolver adecuadamente el “enigma” planteado en el v. 5.

Salmo 50 (49)

La parte central de este Salmo está constituida por la acusación que Dios dirige a su Pueblo, para reprocharle su infidelidad a la Alianza. El reproche está precedido por la descripción de la teofanía cultual, en la que el Señor se manifiesta como acusador y como Juez (vs. 1-6). El motivo de la acusación es la infidelidad de Israel a las exigencias morales de la Alianza (vs. 16-20), no compensada por la observancia de prácticas cultuales puramente exteriores (vs. 8-15). La advertencia final (vs 21-23) es una amenaza para los que se obstinan en el mal camino, y una promesa de salvación para los fieles.